Paralelas
- Mara- Sati Capitanelli
- 21 apr 2020
- Tempo di lettura: 3 min
Aggiornamento: 20 mag 2020
Un dia una chica me dijo que si te metes una semilla en la boca durante algunos minutos, la planta que nacerà, serà rica en todos aquellos nutrientes que faltaban en tu cuerpo en el momento del encuentro entre tu boca y la semilla.
Brillaba con luz propria mientras lo contaba, me ha fascinado mucho como transmitìa ese cuento.
Y despues he pensado en el niño, que antes de nacer es un embriòn y despuès un feto, que nada en el agua de la vida.
He pensado que esa agua es portadora de informaciòn, la primera informaciòn recibida de un ser humano, los nutrientes del alma.
El feto se alimenta de lo que la madre siente, de lo que vive, y cuando llega al mundo, su evoluciòn ha elejido ya un camino u otro dependiendo del clima emocional en el que flotaba en su vida intrauterina.
He pensado que estas criaturas tienen el mismo poder curativo de las semillas porque llegan al mundo con informaciòn especìfica dirigidas a condicionar el impulso evolutivo.
E intentaràn, en todos los modos posibles, mostrar al mundo lo que falta a su “organismo familia” para ser un ambiente saludable, genuino.
Tengo una planta de aloe en el jardìn.
Ella había sobrevivido al invierno porque las hojas caìdas la habían mantenido caliente, solamente algunos extremos de algunas hojas expuestas se habian secado. Durante los primeros soles de primavera había limpiado el jarrón y cortado los extremos que estaban secos. Ella era hermosa, de un verde brillante pero después de unos días me di cuenta de que las puntas de las hojas, las duras, que no había cortado, habían comenzado a encogerse, como para dar testimonio del dolor que sentían las puntas que cortè.
Ahora la planta tenía todos los extremos secos y marrones.
Incluso los niños al principio de su vida comunican en voz alta lo que se están perdiendo, lo que necesitan y cuando entran en la cultura familiar, si se les cuida en un ambiente que no los hace sentir comprendidos, que amputan algunas de sus partes, al crecer, excluirán uno por uno todos aquellos comportamientos que percibirán intolerables para sus padres.
Sacrificarán sus hojas más bellas y saludables para adaptarse al entorno en el que se encuentran.
Porqué los padres hacemos esto: tenemos una familia ideal, hijos ideales, y cuanto más difieran estas expectativas de la realidad, más nos convertiremos exigentes, hipercríticos, locos con los niños.
Comenzaremos a cortar un poco aquí y un poco allí hasta que quede muy poco de esa esencia.
Es realmente difícil dejar que tus hijos crezcan sin tener ninguna expectativa de su ser, sin sentirlos como algo propio que debería o no (según la opinión) parecerse a nosotros.Llegará el día en que reclamarán su esencia.
Como el arándano que planté hace tiempo y que floreció después de cuatro años: lo regué, eliminé las hierbas que crecían a su alrededor, lo traté de acuerdo con mis creencias pero el no quería saber cómo mostrarse, cómo contribuir a la vida.
No había visto sus necesidades. Necesitaba un suelo más ácido y constantemente húmedo. Necesitaba ser entendido, no solo cuidado, para encontrar la fuerza para expresarse en toda su sinceridad.
Los humanos, como las plantas, nos adaptamos al medio ambiente como podemos, los rasgos de personalidad que nos hacen únicos, no son más que la suma de las defensas construidas para reducir lo más posible el dolor experimentado en los primeros años de vida. También somos seres en evolución, siempre podemos encontrar la manera de volver a ser fieles a nosotros mismos, de resucitar aquellas partes de nosotros que habíamos matado. Pero a veces ni siquiera nos damos cuenta de que no estamos viviendo, como mi arándano, que había sobrevivido muy bien sin haber florecido. Sobrevivido.
Me gusta pensar que a los niños se les garantiza la posibilidad de florecer, cada uno a su manera particular, sin demasiada interferencia.
Solo abordamos esta posibilidad si, en primer lugar, educadores, maestros, padres, nos permitimos ser quienes realmente somos. Si encontramos una manera de acoger nuestra imperfección, porque en realidad, las expectativas que tenemos para ellos son expectativas que tenemos para nosotros mismos.
Permitámonos hacer realidad nuestros sueños, para que ya no tengamos que hacerlo abusando de nuestros hijos.
Cuanto más nos acercamos a nuestro centro, más los dejaremos libres de nuestras proyecciones, de los deseos de redención personales.
Comenzaremos a escucharnos, a amarnos.
Para disfrutar de ser espectadores de esas otras vidas que no nos pertenecen.
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